jueves, 8 de julio de 2021

La profanación de la bella durmiente

Él había crecido escuchando esa historia, en la que casi todos coincidían en que era un viejo encantamiento de un Hada Maligna, algunos explicaban que había un feroz dragón custodiando la entrada, los cocineros de la Corte contaban que despertaría si le daban su primer beso de amor. De una forma u otra, todos, absolutamente todos, concluían con el mismo nefasto final:
“… pero hasta hoy nadie ha conseguido volver.”

Ahora era él, a sus 19 años recién cumplidos, llevaba tres lunas de duro cabalgar a través de las montañas, hacía 5 días que no veía ninguna aldea, ninguna casa perdida, ni un alma. Todo ello le indicaba que cada vez estaba más cerca del Reino Durmiente.
A pesar de su aspecto sucio y famélico, gozaba de una naturaleza de hierro y una voluntad inquebrantable.

Tras un infatigable día de camino, llegó a las enormes puertas del castillo no había dragones ni harpías, sólo frío, soledad y espinosas plantas.

No podía creer que después de pasar tantas penurias, se hallara ante la fortaleza impenetrable. La más negra oscuridad se apoderó de la estancia impidiéndole ver.
“Nadie ha conseguido volver” recordó, y comenzó a temblar como una hoja, nunca antes se había sentido tan indefenso.

Por fin encontró las escaleras del torreón, sin duda allí se hallaría la alcoba de la supuesta princesa. Corrió frenéticamente  cientos de escalones que lo llevaron a la  lujosa habitación de destrozados cortinajes, mármol rosáceo y la enorme cama de amarillentas mosquiteras de encajes a medio correr. Alrededor de la cama, lucían cofres repletos de oro y joyas de todos los tamaños y colores; y tras la mosquitera unas faldas de exiguo terciopelo rojo.

Un sudor frío recorrió su cuerpo, el corazón estaba apunto de reventarle: “Dios mío, era cierto, ahí está, la Princesa Dormida, la Bella Durmiente…”

Decirle bella era una ofensa, su perfección rebasaba los límites humanos. No era rubia como contaban sino de oscuros y ondulados cabellos que enmarcaban un rostro de inusual exquisitez, era joven pero no tan niña, rondaría los veinte a juzgar por las redondeadas formas que se adivinaban bajo el roído vestido. Al ver sus labios de un rojo insolente, semiabiertos, esperando el dulce beso, le parecía… una preciosa ninfa dormida, a excepción de su piel que era verdosa, como de muerto.
El príncipe se lanzo a besar aquella boca que casi suplicaba ser vulnerada.

¿Qué ocurre aquí?, pensó, “no despierta con mi beso”.
La besó una y otra vez, pero nada, seguía yerma como un leño.


De pronto su mirada se detuvo. Le abrió el corsé y pegó la oreja en su pecho izquierdo,  pero nada, ningún latido, le puso la mano delante de los labios, no había aliento, no había vida, aquella chica no estaba dormida, ni viva.

el príncipe se acerco y noto que de la princesa se desprendía un suave aroma almizcleño que se intensificaba en sus senos. Su vista se paró allí entonces, ni siquiera se había percatado de que se los había descubierto totalmente, y ahora lucían hermosos y apetecibles con esas rosadas y enormes areolas.
Un sentimiento perverso se apoderó de su voluntad, su cuerpo se despertó después de meses sin hembra alguna, y su endurecido miembro habló por él. Sabía que era pecado mortal mancillar a los muertos pero aquella princesa era única y aun parecía tan viva… Se acercó como un niño travieso y le acabó de desgarrar el vestido… Un exuberante y marmóreo cuerpo se descubrió ante él y sin pensarlo la cubrió penetrando sus frías cavidades.
Cerró los ojos apunto de llegar al éxtasis y mientras contagiaba de su calor a la violada princesa su piel le pareció menos verde.

El camino hacia la salida fue agotador hasta que por fin monto su caballo alejandose de ahí.
Tras seis lunas de agonizante espera desde su partida un fuerte grito resonó en mitad de la noche desde la torre vigía:¡el Príncipe Heredero ha vuelto!

La joven Reina acudió sobresaltada al encuentro de su hijo y no pudo evitar llorar sin consuelo Tras de sí, en las alforjas del caballo, un cofre repleto de oro, diamantes y piedras preciosas.
¿Qué pasó querido hijo que te ha quitado la alegría de vivir? Contesta hijo mío, ¿hallaste a la Bella Durmiente?...”
“Abrázame madre, tengo frío”