domingo, 28 de agosto de 2022

Salvador Romo de Vivar Mendez

 Salvador  siempre llamo mucho la atención porque era muy educado y apuesto. Era delgado, de tez muy blanca y tenía unos ojos grandes y de un color verde azulado que parecían irreales. 

Desde muy joven abandono el hogar que lo vio nacer en el pequeño estado de Aguascalientes, que por aquellos días era rural y tenía como fuente de mayor ingreso el ferrocarril. 

Decidió buscar camino en la frontera con los Estados Unidos, la ciudad de Tijuana le ofreció trabajo y también un vicio que lo acompañaría toda la vida: el alcohol. 

Rebeca vivía angustiada por su hijo, a pesar de tener otros 9 hijos que atender, no perdía las esperanzas de encontrarlo. Un buen día le llegó noticias por un hombre que había estado en dicha ciudad y aunque la empresa era difícil, Rebeca no dudo en ir a buscar a su amado hijo. 

Para una madre no hay imposibles y después de varios días de viaje y búsqueda, encontraron a Salvador que se había dedicado a beber con amigos. 

Volvió a la ciudad de Aguascalientes pero no abandono el vicio. Sin embargo, Salvador era un  hombre pacífico, podía beber todos los días, pero jamás buscaba pleito o faltaba al respeto a alguien. Ante todo era un caballero, educado y pulcro. 

Rebeca se hallaba sola (sin esposo y sin padre) así que decidió irse a la ciudad de México, a donde su hijo Rubén ya se encontraba trabajando, Salvador se fue con la familia. 

Allí encontraron a muchas personas, entre ellas estaba la familia de Carmela, una muchacha muy poco agradable a la vista y con el único propósito de encontrar un marido guapo.  Carmela se enamoró del hermano menor, Víctor, sus ojos verdes  y su enorme sonrisa la conquistaron al instante. Pero Víctor no pensaba lo mismo y la despreció. Entonces Carmela giro los ojos hacia Chava, el hermano mayor que aunque no era de su edad, era aun más apuesto que Víctor. 

Empezó a buscarlo, pero Salvador no tenía gran interés en la vida mas que "irla pasando". Carmela tomo la iniciativa y hablo con la sra. Rebeca. 

-Carmela, debes entender que Salvador no tiene nada que ofrecerte, es mi hijo pero debo reconocer que es mujeriego, borracho y no tiene dinero. 

Pero Carmela estaba decidida, así que se casaron. Primero llegó Carlitos, un niño precioso, parecido a su padre. Dos años después Paty con la piel tan blanca como su papá. No se parecían a la madre y Salvador era muy bueno con ellos. 

Una noche, Carmela salió a la casa de Rebeca, donde aun vivían sus otros hijos con ella. Rubén la recibió porque iba llorando, así que la acompaño hasta su casa para saber que sucedía. 

Salvador estaba sentado en la cama con la cara cabizbaja, sin decir ni una palabra. Así que Rubén le dijo a Carmela que le explicará de una buena vez. 

-Salvador no me deja en paz, todas las noches quiere estar encima de mi, no puedo con tanto sexo, me canso. 

Rubén no supo que decir ante terrible problema y se fue de allí. 

Salvador dormía plácidamente después de una noche de juerga y unos enormes ojos lo miraban, tanto que lo despertaron. Era Carlitos. 

-¿Que paso mi pachelito? 

Pero el niño no respondía, solo abrazo cariñosamente a su papá. 

Ese fue el principio para que Salvador dejara la bebida. 

Se arreglo más de lo normal, consiguió un empleo y cuido de sus hijos. Pero a veces la vida nos juega malas pasadas. A los dos meses de su radical cambio se percato de algo que había pasado por alto por estar sumergido en el alcohol. Su esposa lo engañaba con el vecino. 

Fue tanta la decepción que Salvador se refugió en la bebida con más fervor que nunca. Tanto que abandono su casa y se perdió por segunda vez en su vida. 

-¿Que le pasa? decía el bolero mientras limpiaba los zapatos de Rubén. 

-Estoy preocupado, mi hermano Salvador se perdió. 

-¿El coronel? no le haga, tan guapo y elegante que siempre se mira. 

-Oye, tu conoces bien la ciudad, que te parece si te pago lo que ganas en un día de bolear zapatos y tu a cambio buscas a mi hermano. 

-Juega. 

En un par de días se encontraron y el bolero tenía respuestas. 

-Encontré al coronel, pero no le va a gustar donde esta. En el manicomio. 

Rubén llego a un anexo en donde tenían a las personas que no estaban completamente locas. A lo lejos vio a su hermano con una bata puesta. Se abrazaron al instante. 

-Aquí la voy pasando hermano. Mira, a ese de allá le dicen coco. Se volvió loco porque su casa se quemo y adentro de ella estaba su hijo pequeño. 

Rubén miro a un hombre que caminaba lentamente por un pequeño jardín y de repente encontraba una piedra, la levantaba y la abrazaba con cariño, repetía esto una y otra vez. 

-Mira alla, ¿lo reconoces? es el Chango "Casasola. 

Una enfermera pasaba a inyectarlos y un hombre que alguna vez fue de los mejores boxeadores de México, ahora peleaba por arrebatarle el algodón de las manos para chupar el alcohol que quedaba impregnado. 

-Aquí la pasó bien manito, me acompañan los ratones, son mis cuates, pero no te muevas, se te esta trepando uno por los zapatos. 

Rápidamente Rubén miró sus pies pero allí no había nada, mientras Salvador seguía con sus ojos a un roedor imaginario. 

Salvador no podía seguir así. Rubén hablo con el director del psiquiátrico y  consiguió que lo dieran de alta. Con la promesa que iba a llevarlo a Alcohólicos anónimos y conseguirle un trabajo. 

Rubén cumplió su promesa. Lo llevó a las juntas de AA y hablo con su jefe, el sr. Max para que lo empleara en la sastrería. Así comenzó otra oportunidad para Salvador. 

Acudía mucho a un cuarto en donde tenían unas máquinas con calderas, ese calor ayudaba a planchar los finos casimires, Salvador siempre se ofrecía a ir. 

Un día don Max llegó muy crudo. 

-Rubén, ¿Dónde esta tu hermano ?

-Fue a revisar el agua en las  calderas. 

Max camino desesperado a ese cuarto, la única manera de curar su cruda era con más alcohol. 

-Oclayos ( apodo por sus grandes y bellos ojos) que bueno que te encuentro, todos sabemos que tienes escondida una botella de alcohol atrás de la caldera, regálame un poco. por favor. 

Salvador primero lo negó, pero al ver desesperado a su jefe, los dos se sentaron junto a la caldera y se bebieron la pequeña "pachita" que oclayos siempre traía escondida en la bolsa interna que tenían los trajes de la época. 

-Muchas gracias oclayos, toma dinero para que te compres otra. 

Por un tiempo la vida de Salvador transcurrió entre la sastrería y el alcohol. No volvió a ver a sus hijos porque Carmela se había encargado de decirles que su papá había muerto y por eso ella ahora vivía con el vecino. Aunque tampoco le duro mucho el gusto porque el nuevo amante murió a los pocos meses. Nadie sabe que explicación le dio a Carlitos y a Paty cuando fueron adultos y quisieron visitar la tumba de su padre. 

Parecía que Salvador había aprendido a controlar el alcohol, pero era al revés, la bebida lo seguía controlando. Un buen día no llego a la sastrería, ni al otro , ni al otro. Rubén pago al bolero, pero esta vez no lo encontraron. Un par de meses después el trotamundos que lo encontró una vez en Tijuana dijo a Rebeca que le pareció verlo de nuevo con la palomilla de antes, su madre fue en su búsqueda, pero no lo encontraron más. 


Memorias de mi abuelo Rubén.