Llegué allí por casualidad creo, no recuerdo bien, se que estaba acompañando a un buen amigo, quizá al mejor que he tenido. Por alguna razón no tenía que estar allí, tan lejos de casa, de mi trabajo y mi familia, pero allí estaba.
Era el looby de un hotel, de uno de esos grandes como de película. No se que hacías exactamente, ibas y venías con cosas, hablabas con muchas personas, parecía que vendías algo, pero no podía ser así porque tu eras una estrella, tal vez hubiera sigo lógico verte en un escenario como lo hacías en los noventa, pero vendiendo, jamás.
Me quede sentada, de repente aparecía alguna persona conocida y charlábamos tranquilamente.
El tiempo me dejo de importar, sentía que pronto tendría oportunidad de acercarme a ti, pero la sorpresa que no esperaba es que tu te acercaras a mi.
No necesitamos palabras, uno de esos momentos en el que sólo bastan las miradas, instantes mágicos que no requieren nada más que el silencio.
Soñé tanto con tenerte tan cerca que no sabía que decir. Pero de nuevo me sorprendiste tomando la iniciativa.
Colocaste suavemente tu cabeza sobre mis piernas, como cuando un niño pequeño quiere ser acariciado por su madre, y pude oler tu cabello y ver ese rostro tan conocido, aquel rostro que había visto crecer desde hace 15 años. Y tu me miraste de forma familiar.
Acerque mi mano lentamente para sentir ese cabello tan lacio, tan suave, tan tuyo.
Era el looby de un hotel, de uno de esos grandes como de película. No se que hacías exactamente, ibas y venías con cosas, hablabas con muchas personas, parecía que vendías algo, pero no podía ser así porque tu eras una estrella, tal vez hubiera sigo lógico verte en un escenario como lo hacías en los noventa, pero vendiendo, jamás.
Me quede sentada, de repente aparecía alguna persona conocida y charlábamos tranquilamente.
El tiempo me dejo de importar, sentía que pronto tendría oportunidad de acercarme a ti, pero la sorpresa que no esperaba es que tu te acercaras a mi.
No necesitamos palabras, uno de esos momentos en el que sólo bastan las miradas, instantes mágicos que no requieren nada más que el silencio.
Soñé tanto con tenerte tan cerca que no sabía que decir. Pero de nuevo me sorprendiste tomando la iniciativa.
Colocaste suavemente tu cabeza sobre mis piernas, como cuando un niño pequeño quiere ser acariciado por su madre, y pude oler tu cabello y ver ese rostro tan conocido, aquel rostro que había visto crecer desde hace 15 años. Y tu me miraste de forma familiar.
Acerque mi mano lentamente para sentir ese cabello tan lacio, tan suave, tan tuyo.